Vivimos en una sociedad donde los focos parecen iluminar más a quienes se convierten en empresarios exitosos o influencers con miles de seguidores que a los agricultores y ganaderos que trabajan la tierra y alimentan al mundo. La búsqueda de reconocimiento y comodidad ha desplazado el aprecio por los oficios que, aunque esenciales, son menos glamorosos. Sin embargo, olvidamos que detrás de cada plato de comida o cada prenda de lana está el esfuerzo silencioso de quienes madrugan para cultivar, criar y mantener un equilibrio con la naturaleza.

El problema no es solo cultural, sino también estructural. Las condiciones laborales, la falta de apoyo gubernamental y los bajos precios que reciben los productores desmotivan a las nuevas generaciones. Mientras tanto, se exalta una vida de apariencias donde los resultados parecen inmediatos y el esfuerzo físico es mínimo. Es urgente cambiar la narrativa, valorar a quienes cuidan de nuestros recursos básicos y enseñar que el éxito no siempre se mide por la cantidad de seguidores o por un cargo corporativo, sino por el impacto real que dejamos en el mundo.